—¡Le pegué
en una pata!... ¡Venga usted, amigo lobo! —dijo el zorro, y echó a correr como
un venado.
Habrían
corrido cosa de media legua cuando toparon con un buey que andaba paciendo por
allí.
—Buen
buey, ¿no ha visto usted por aquí un gran mosquito?
Dijo el
buey:
—¡Cómo no
iba a verlo!... ¡Y no solamente lo vi, sino que lo oí gritar que le habían dado
un tiro en una mano y se la habían roto! Entiendo que esto ocurrió en el
momento en que oí zumbar
una bala.
Cuando
escuchó esto el lobo se asustó y, espantado, sacando tamaños ojos, veía al
zorro y le dijo:
—Ahora
vámonos por donde habíamos dicho.
Contestó
el zorro:
—¿Y a qué
vamos a ir tan lejos? Quedémonos aquí. ¡Mira, se ha parado sobre ti un
mosquito!... ¡Espera, voy a tirarle!...
Luego que
le apunta echa a correr y deteniéndose a alguna distancia, le dice al zorro,
todo tembloroso:
— Lo
dicho, dicho. No te muevas, espera, ¡que no vaya a escaparse el tiro de la
escopeta!
Entonces se
le ocurrió al lobo decirle al zorro, para quitárselo de encima:
—Ahora me
acuerdo de que dejé mi ración de carne en la casa y me olvidé cerrar la puerta.
Eso le
dijo cuando vio que el zorro le apuntaba. Le dijo el lobo:
—Espérame,
ya vengo.
Y se
escapó corriendo a encerrarse en su casa y ya no volvió a salir ni a meterse
con los demás animales por temor de que lo matasen.
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