viernes, 23 de noviembre de 2018

EL ZORRITO Y EL LOBO (1)


Una zorra vivía con su hijo dentro de un gran hoyo, en donde tenían su casa.
Una vez la mamá le dijo a su hijo:
—Cuando a alguna parte vayas a pasear, no así nomás vayas; te voy a advertir de quién debes cuidarte.
—¿Cómo de quién debo cuidarme?
—Te lo voy a decir: cuídate de ese animal que se llama lobo.
Cuando salió el hijo de esta zorra, volvió a decirle, como la vez primera, que cuidase de que no fuese a verlo el lobo.
— Ya te dije que te cuides cuando lo veas.
—¿Y qué es eso de lobo?
—¡Ah, hijo mío!... ¡El lobo, en donde te vea, ya está que te comió!
—¿Qué me comerá? ¿Y qué me hará?
—¿Qué te hará? Te matará y ya nunca volveremos a vernos.
Haz como te digo, y cuando lo veas, aléjate de él.
—Ahora ya oí lo que debo hacer cuando vea al lobo. Ahora ya no se me olvidará.
Y empezó a saltar de gusto.
—Mamá —dijo el zorrito—, ¿por eso me dejará usted mañana salir a pasear?
—¿Por dónde quieres ir? Ya te dije ayer que, si yo no salgo, no irás a ninguna parte.
Apenas amaneció, le dijo a su mamá:
—Ahora voy a pasearme, y si veo al lobo ¿qué cosa hago? ¿lo saludo?
—Que no; ya te dije que te retires y escapes corriendo.
—Está bien, mamá.
Salió el zorrito a pasear por todas partes, y por donde iba nomás miraba asustado y cuidándose. Parecía le que se le iba a aparecer por donde iba y creía oír que hacía ruido en la hojarasca de
encino y se detenía. A todas partes veía asustado y luego otra vez echaba a andar. Nada más se acordaba del lobo y le brincaba de susto el corazón por donde iba andando. Y habría andado dos y
media leguas, cuando lo vio en medio del breñal y los encinos; allí estaba yendo el lobo, el mismo que una vez le había enseñado su mamá. Lo que hizo el zorro fue escapar corriendo y meterse en su
casa. Iba con la cola levantada. Luego le dice a su mamá:
—Mamá, ya lo vi, ése, ¿cómo se llama?
—Qué cosa ya viste?, dime.
— A ese animal.
—¿Cómo se llama? ¿Coyote?
—No.
—Pues, ¿qué cosa?
—No me acuerdo.
—¿León?
—No, no sé qué.
—¿Puede que el lobo?
—Ese, ése, el lobo.
—Por obra de Dios, no te hizo nada.
—No, si él no me vio, mientras que yo sí lo vi y eché a correr.
— Ya te dije que no salieras solo a ninguna parte; si no, alguna vez ya no volverás.
—De veras, mamá, ya no iré a ninguna parte, y si salgo, ya no me iré muy lejos, nada más por aquí cerca me pasearé. Al otro día volvió a salir, pues no estaba ahí su mamá. Se fue a andar por todas partes, y como la primera vez, temblaba todo él. Parece que presentía que iba a ver otra vez al lobo. Y de veras, apenas iría a mitad del camino, cuando oyó que echaron a rodar algunas piedras. Se espantó más y se detuvo a ver por dónde había caído las piedras. Y vio que era el mismo lobo que ahí estaba
parado mirando por dónde se había ido un jabalí que iba a cazar. 

Y el lobo no veía al zorro, y el zorro no sabía qué hacer; se quedó hecho un tronco, parecía que ya no estaba sobre la tierra, le parecía que sus patas se habían congelado. Poco a poquito fue perdiendo el miedo y cobró ánimo otra vez, y, lentamente, se acercó al lobo y le dijo:
—Buen lobo, ¿qué haces?
Entonces se volvió el lobo. Gustóle al zorro y éste se dijo a sí mismo: "Qué bien estaría que anduviésemos juntos como amigos. Es muy bonito este lobo, y ¿cómo es que mi mamá me dijo que mata y devora a la gente? No es cierto. Yo lo voy a saludar."
Lo saludó:
—¿Cómo te va, buen lobo?

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