Una zorra
vivía con su hijo dentro de un gran hoyo, en donde tenían su
casa.
Una vez la
mamá le dijo a su hijo:
—Cuando a
alguna parte vayas a pasear, no así nomás vayas; te voy a
advertir de quién debes cuidarte.
—¿Cómo de
quién debo cuidarme?
—Te lo voy
a decir: cuídate de ese animal que se llama lobo.
Cuando
salió el hijo de esta zorra, volvió a decirle, como la vez
primera, que cuidase de que no fuese a verlo el lobo.
— Ya te
dije que te cuides cuando lo veas.
—¿Y qué es
eso de lobo?
—¡Ah, hijo
mío!... ¡El lobo, en donde te vea, ya está que te comió!
—¿Qué me
comerá? ¿Y qué me hará?
—¿Qué te
hará? Te matará y ya nunca volveremos a vernos.
Haz como
te digo, y cuando lo veas, aléjate de él.
—Ahora ya
oí lo que debo hacer cuando vea al lobo. Ahora ya no se
me olvidará.
Y empezó a
saltar de gusto.
—Mamá
—dijo el zorrito—, ¿por eso me dejará usted mañana salir a
pasear?
—¿Por dónde
quieres ir? Ya te dije ayer que, si yo no salgo, no irás a
ninguna parte.
Apenas
amaneció, le dijo a su mamá:
—Ahora voy
a pasearme, y si veo al lobo ¿qué cosa hago? ¿lo saludo?
—Que no;
ya te dije que te retires y escapes corriendo.
—Está
bien, mamá.
Salió el
zorrito a pasear por todas partes, y por donde iba nomás
miraba asustado y cuidándose. Parecía le que se le iba a aparecer por donde
iba y creía oír que hacía ruido en la hojarasca de
encino y
se detenía. A todas partes veía asustado y luego otra vez echaba a
andar. Nada más se acordaba del lobo y le brincaba de susto el
corazón por donde iba andando. Y habría andado dos y
media
leguas, cuando lo vio en medio del breñal y los encinos; allí estaba yendo el
lobo, el mismo que una vez le había enseñado su mamá. Lo
que hizo el zorro fue escapar corriendo y meterse en su
casa. Iba
con la cola levantada. Luego le dice a su mamá:
—Mamá, ya
lo vi, ése, ¿cómo se llama?
—Qué cosa
ya viste?, dime.
— A ese
animal.
—¿Cómo se
llama? ¿Coyote?
—No.
—Pues,
¿qué cosa?
—No me
acuerdo.
—¿León?
—No, no sé
qué.
—¿Puede
que el lobo?
—Ese, ése,
el lobo.
—Por obra
de Dios, no te hizo nada.
—No, si él
no me vio, mientras que yo sí lo vi y eché a correr.
— Ya te
dije que no salieras solo a ninguna parte; si no, alguna vez ya no
volverás.
—De veras,
mamá, ya no iré a ninguna parte, y si salgo, ya no me iré
muy lejos, nada más por aquí cerca me pasearé. Al otro
día volvió a salir, pues no estaba ahí su mamá. Se fue a andar por
todas partes, y como la primera vez, temblaba todo él. Parece que
presentía que iba a ver otra vez al lobo. Y de veras, apenas
iría a mitad del camino, cuando oyó que echaron a rodar algunas
piedras. Se espantó más y se detuvo a ver por dónde había caído las
piedras. Y vio que era el mismo lobo que ahí estaba
parado
mirando por dónde se había ido un jabalí que iba a cazar.
Y el lobo
no veía al zorro, y el zorro no sabía qué hacer; se quedó hecho un
tronco, parecía que ya no estaba sobre la tierra, le parecía
que sus patas se habían congelado. Poco a poquito fue perdiendo
el miedo y cobró ánimo otra vez, y, lentamente, se acercó al lobo y
le dijo:
—Buen
lobo, ¿qué haces?
Entonces
se volvió el lobo. Gustóle al zorro y éste se dijo a sí mismo:
"Qué bien estaría que anduviésemos juntos como amigos. Es muy
bonito este lobo, y ¿cómo es que mi mamá me dijo que mata y
devora a la gente? No es cierto. Yo lo voy a saludar."
Lo saludó:
—¿Cómo te
va, buen lobo?
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